Guntrano (Gontrán), Santo
Laico, 27 de marzo…
Hoy también se festeja a:
- • María-Eugenio del Niño Jesús, Beato
- • Louis-Édouard Cestac, Beato
- • Guntrano (Gontrán), Santo
- • Panacea de´Muzzi, Beata
- • Francisco Faà di Bruno, Beato
¿Acaso soy yo maestro?
Santo Evangelio según San Mateo 26, 14-25. Miércoles Santo.
Por: Jorge Alberto Leaños García, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En este especial periodo de conversión, ayúdame, Señor, a transformar mi actitud para saber pedir perdón por mis caídas y, al mismo tiempo, para tomar una renovado aliento en todo lo que me pidas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?». Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo. El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él respondió: «Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa'». Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: «Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme». Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que moja su pan en el mismo plato que Yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Acaso soy yo, Maestro?». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Estamos por entrar al núcleo de la Semana Santa; el Evangelio nos pone sobre un importante personaje que nos ayuda a meditar en los momentos que le hemos fallado a Dios. Pero más aún, para pensar en aquellas caídas de las cuales no hemos querido levantarnos como Dios lo hubiese deseado.
Judas dejó de creer. Cayó en la indiferencia después de haber visto lo que tantos profetas y reyes añoraban contemplar. Comenzó a pensar con una mentalidad puramente terrenal. Podemos decir que fue el discípulo que no quisoconfiar, no quiso ver, no quiso… y Dios respetó ese deseo, no se impuso, pues nos ha regalado, misteriosamente, la libertad para elegir.
Aquel discípulo es el hombre con el que nos podemos comparar cuando no queremos responder a la llamada de Dios. Es difícil hacer esta comparación, pues se trata de recordar el «no» que le pudimos haber dado a Dios. Judas, tal vez un poco tarde, se dio cuenta de sus actos. Y, sin querer ser guiado por el Espíritu Santo, hizo lo que sus impulsos le indujeron hacer. Los malos sentimientos se apoderaron de él para actuar como lo hizo y no supo levantarse.
En esta Semana Santa contemplemos y meditemos las llagas que fueron causa de cada uno de nuestros pecados y busquemos la oportunidad de sanarlas.
«Para mí, la figura que más me hace pensar en la actitud del Señor con la oveja perdida es la actitud del Señor con Judas. La oveja descarriada más perfecta en el Evangelio es Judas. Él es un hombre que siempre, siempre tenía algo de amargura en el corazón, algo para criticar de los demás, siempre distanciado: un hombre que no conocía la dulzura de la gratuidad de vivir con todos los demás. Y dado que esta oveja no estaba satisfecha, escapaba. Judas escapaba porque era un ladrón, otros son lujuriosos e igualmente escapan porque existe esa tiniebla en el corazón que les aleja del grey. Estamos ante esa doble vida que existe en tantos cristianos».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de diciembre de 2016, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Meditar en la pasión de Nuestro Señor y pedirle perdón por las veces que le hemos traicionado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¡Cuánto dolor de Cristo al verse abandonado!
Miércoles Santo. ¿Cuál es mi fuerza interior ante las incomprensiones que Dios permite en mi vida?
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Acompañar a Cristo en su pasión tiene que ser para nosotros un enraizarnos profunda y convencidamente en los aspectos más importantes de nuestra vida. El seguimiento de Cristo es para todos nosotros un atrevernos a clavar la cruz en nuestra existencia, conscientes de que no hay redención sin sacrificio, no hay redención si no hay ofrecimiento.
Quisiera proponerles estar con Cristo en el Pretorio antes de salir a ser crucificado, como nos narra San Juan: «Entonces Pilatos se lo entregó para que fuera crucificado». Cristo, maniatado, coronado de espinas, flagelado, sentado en un calabozo esperando como tantos otros presos, como tantos miles de prisioneros a lo largo del mundo, el momento en el cual se abra la puerta del calabozo para ir hacia el patíbulo, para ir hacia el cadalso.
Atrevámonos a contemplar a Cristo y veamos cómo, sobre su cuerpo, se ha ido escribiendo como una historia trágica todos los recorridos de su pasión. En su cuerpo están escritos, a través de las huellas, a través de las heridas, a través de los escupitajos, a través de los golpes, a través de la sangre, todos los momentos que le han acontecido. Por nuestra mente pueden pasar como un relámpago las situaciones por las que Él ha querido atravesar. Hagamos nuestra la imagen del Señor listo para ir al Calvario. ¡Cuántos dolores pasó desde el momento de su prendimiento a través de los tribunales y a través de las burlas!
Si nos atenemos simplemente a lo que nos narran los evangelios acerca de los golpes, la flagelación, la corona de espinas, y junto con eso todos los golpes físicos, humillantes y dolorosos, sabremos por qué los evangelistas resumen en una frase el tremendo suplicio de la flagelación…, ¡no hacía falta describir más!: «Pilatos tomó entonces a Jesús y lo mandó azotar». En el contexto en el que son escritos los evangelios, todos conocían perfectamente lo que significaba la flagelación. Y todo los dolores morales, las humillaciones, las vejaciones, Cristo lo tiene escrito en su cuerpo, lo tiene grabado en su carne, por mí.
A veces los dolores morales son mucho más intensos, mucho más agudos que los dolores físicos. A veces podríamos haber perdido el sentido de lo que es la carencia de todo respeto, la carencia de todo límite, de toda decencia.
¡Cuántas obscenidades, cuántas groserías, cuántas vejaciones habrá escuchado Jesús! Él, de cuya boca jamás salió palabra hiriente, tiene que escuchar toda una serie de insultos y vejaciones sobre Él, sobre su Padre, sobre su familia… ¡Y todo, por mí!
¡Cuántos dolores -en lo espiritual- al verse abandonado por los suyos! ¿Dónde está Pedro?, ¿Dónde está Juan? «Prudentemente lo seguían». ¿Dónde está Tomás, Andrés, Nathanael y Santiago? ¿Dónde están los que querían hacer llover fuego sobre la ciudad de Samaria por el simple hecho de que no recibían al Maestro?, ¿Dónde están, ahora que el Maestro no sólo no es recibido, sino que es condenado a muerte, abandonado, traicionado?
Traicionado por los suyos, mal interpretado, injuriado, calumniado. ¡Qué doloroso es ver que lo abandonan sus amigos, que es objeto de burlas soeces, que sufre golpes, malos tratos, despojos! ¡Qué heridas le causan en el alma la tristeza, el tedio, el miedo y las vejaciones!
Contemplemos la corona de espinas en la cabeza, la cara abofeteada y escupida y el cuerpo lleno de heridas. ¡Y todo, por mí! Vayamos sobre nosotros mismos y preguntémonos: ¿qué voy a hacer yo? Éste es el cuerpo de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ante el cual toda la Iglesia se arrodilla, y ante el cual todos los hombres han pasado por encima del respeto humano y le han ofrecido sus vidas.
Y ¿qué hay en el alma de Cristo? Antes de salir a la cruz, nos podría asustar ver su cuerpo. ¿Qué sentimiento podría surgir en nosotros al ver su alma? ¿Me atrevo a bajar ahí para ver qué hay en ella? Quizá nos podría asustar el ver la soledad y el desamparo en que se debate su alma. En el alma de Cristo está profundamente arraigada la soledad y el abandono.
Apliquemos esto a nuestra vida. Cristo acaba de sufrir todos los suplicios. Cristo está sufriendo el suplicio interior de la soledad y la incomprensión. ¿Qué capacidad tengo yo de acompañar a Cristo en su soledad y en su abandono? ¿Hasta qué punto he comprendido yo a Cristo en su misión? Me podré espantar quizá de que Pedro, Juan, Andrés, Santiago, no hayan comprendido a Cristo. ¿Y yo? Si Cristo estuviese en el calabozo y viese mi alma ¿se sentiría acompañado, se sentiría comprendido?
De cara a mi alma, ¿cuál es mi fuerza interior ante las incomprensiones que Dios permite en mi vida, por parte, incluso, de los más cercanos?
Debemos ser para los demás testigos de que la soledad del alma es redentora, de que la soledad del alma tiene una capacidad de fecundidad que, quizá muchas veces, nosotros no somos capaces de valorar porque no la hacemos tesoro junto a Cristo. Contemplemos a este Señor nuestro que tanto ha sufrido por nosotros, para aprender también que nosotros podemos sufrir por Él.